sábado, 24 de octubre de 2009

El viajar (no) es un placer


Viajar en colectivo es un garrón.Tal vez se dio que tuviste la suerte de que ese día el “bondi” estuviera vacío, pero la mayoría de las veces viajás tremendamente mal, la gente te empuja, te apoya, te estornuda en la cara, te habla, te mira mal, en fin, suceden infinidades de cosas sobre las que no ampliaremos. Nos meteremos de lleno sobre el colectivo en tanto espacio en el que conviven diferentes tipo de personas con sus respectivos hábitos, formas de vestir, carácter, y algunas cosas más. Abróchense los cinturones (que justamente en los colectivos no hay) y presten atención porque la cosa funciona así: te subís al colectivo, el chofer, que vendría a ser el capitán del barco, el que se va a preocupar por vos, te mira mal y casi sin abrir la boca, te pregunta ¿Cuánto? Si le decís $1,10 te pregunta a donde es que vas, para luego decirte que estás confundido ya que hacia donde vos te dirigís vale $1,25. Una vez que retirás el boleto, intentás pasar, pero siempre hay un molesto ahí parado obstruyéndote el paso. Hacés un paneo general para decidir en donde ubicarte. Primero visualizás sentada a una mujer embarazada que no paran de sonreír. En las cercanías hay alguna anciana mirándole la panza, intentando comenzar a dialogar. Seguís corriendo la mirada y te chocás con un flaquito medio dark de pelo largo escuchando heavy metal a todo lo que da y vos te preguntas: -hermano son las 7 AM ¿Me querés decir que carajo hacés escuchando esta música de mierda a esta hora? Luego modificás la pregunta: ¿Es necesario que todos escuchemos esta música de mierda? Para escuchar ruido, tengo la construcción de al lado de casa. Avanzás un poco y ves a una mujer de unos 45 años que a lo lejos se está cagando a puteadas con el conductor: o se mandó una terrible frenada de golpe, o no le abrió la puerta o quien sabe qué, pero la cuestión es que mientras discuten, te mira a vos, buscándote como aliado, como para que le des la razón de algo que siquiera sabes que es. Empezás a sentir en carne propia los primeros obstáculos: siempre hay un flaco que tiene 1500 bolsas, todas gigantes que no te dejan mover. Lo tomás como un desafió, lo saltás y seguís. Ves a algún otro sentado durmiendo como un animal apoyando la cara contra la ventana de manera desagradable. De repente ingresa una mujer relativamente linda. Ves que el chofer la trata increíble y que todos la miran. Vos la relojeás un toque y seguís en la tuya. Mirás al fondo de todo a la izquierda y ves a una parejita apretando a más no poder. Y te decís a vos mismo: “chicos ¡no da! Media pila queridos”. Por último, el hombre que vende cds y dvd que jamás andan y el individuo que te mira, como diciédote, te voy a robar todo.
Mi viajar, definitivamente, no es un placer.

jueves, 8 de octubre de 2009

El corte de pelo


Ir a cortarse el pelo no es algo que los hombres tenemos incorporado a nuestras vidas. Es más, cundo lo hacemos no es por decisión propia. Es el entorno y sus presiones quienes no nos dejan otra alternativa que la de ir hasta la peluquería mas cercana para concretar el corte. Es tu novia, tu madre, tus amigos, los pibes de fútbol, los compañeros del trabajo o de la facultad, en ese orden.
El proceso funciona así: vos seguís con tu vida normal pero llega un punto en el que empezás a notar comentarios hacía tu persona de índole capilar. Frases como “que dejado estás” “mi amor con el pelo así no me gustás” “cortate el pelo hijo que así no tiene forma”, comienzan a ser protagonistas en tu vida por esos días. No podés soportar más esta situación y finalmente acudís al peluquero. Le decís que querés algo con “onda” pero manteniendo el largo, digamos no muy corto. El muy divino o no entendió la consigna o tuvo un día complicado pero la cuestión es que te prácticamente te rapó. Lo querés matar, porque te acaba de cagar la vida. La ves a tu mamá y te dice que te queda increíble, tu novia se pone colorada intentando no reírse de vos, y los pibes se te cagan de risa en tu propia cara. Y ahí estás vos, desconcertado. La única que te banca es tu vieja y solo desearías volver a tener el pelo como antes, porque al fin y al cabo nunca pasó por tu cabeza cortártelo.Hay una frase realmente espectacular para estos casos y es la siguiente: “quedate tranquilo, en estos días el pelo se te va a ir acomodando”. Acomodar es otra cosa, pero en el momento te sirve y de mucho, porque te da esperanzas y te hace salir del pozo, pozo al que nunca quisiste entrar, al que te indujeron a hacerlo.
Ahora bien, hablemos de la peluquería: ¿Qué nos lleva a los hombres a no querer cortarnos el pelo? Algo tan simple como la dejadéz, es que no nos importa, no cabe en nuestra agenda mental ni es motivo de nuestro interés.
Tengo una pregunta casi existencial y es: ¿Por qué las peluquerías cierran los lunes?