
Luego de haber pasado un fin de semana con mis abuelos en la costa comprendí que nada es lo que era. Los balnearios tienen pileta, pantalla plana y hasta sectores con wi-fi.
La gente está full time con sus notebooks, celulares y demás.
Creo, va estoy seguro que ya olvidamos aquel ritual que tanta locura y alegría le traía a la gente, o al menos eso era lo que yo percibía. Se encendía el altoparlante: “teléfono para la carpa 56, Marta preséntese a la cabina”. Mi abuela comenzaba a gritar, se ponía lo primero que tenia a mano y comenzaba a desfilar por el sendero de madera. Se transformaba así en la vedette de la playa, puesto a que todas las miradas recaían sobre ella o sobre cualquier afortunado que hubiera recibido el llamado. Al regresar traía las novedades de lo que ocurría en la Capital.
Hoy mi abuela recibe los llamados al celular, e incluso a veces me manda mensajes de textos vacíos.
El buzo cuando eras chico lo atabas a la cintura porque tu mama te decía que era la forma mas práctica de llevarlo y además se minimizaban las chances de perderlo o dejarlo olvidado en algún lugar. Fuiste creciendo, empezaste a escuchar cumbia y el buzo lo hacías bollito y lo dejabas bajo el brazo, modalidad conocida como “cabeza”. Creciste un poco más, te revelaste contra todo, y ya ni siquiera salías con buzo a la calle, te enfermabas seguido, no te importaba. Pasaron los años y el buzo volvió a tu vida, de una manera diferente: lo llevabas con mucho orgullo sobre tus hombros con un nudo a la altura del pecho. El buzo es reemplazado luego por las camperitas con “onda” que la dejas en tu auto o en el de tu amigo.