jueves, 23 de septiembre de 2010

Cambia, todo cambia


Luego de haber pasado un fin de semana con mis abuelos en la costa comprendí que nada es lo que era. Los balnearios tienen pileta, pantalla plana y hasta sectores con wi-fi.
La gente está full time con sus notebooks, celulares y demás.
Creo, va estoy seguro que ya olvidamos aquel ritual que tanta locura y alegría le traía a la gente, o al menos eso era lo que yo percibía. Se encendía el altoparlante: “teléfono para la carpa 56, Marta preséntese a la cabina”. Mi abuela comenzaba a gritar, se ponía lo primero que tenia a mano y comenzaba a desfilar por el sendero de madera. Se transformaba así en la vedette de la playa, puesto a que todas las miradas recaían sobre ella o sobre cualquier afortunado que hubiera recibido el llamado. Al regresar traía las novedades de lo que ocurría en la Capital.
Hoy mi abuela recibe los llamados al celular, e incluso a veces me manda mensajes de textos vacíos.

El buzo cuando eras chico lo atabas a la cintura porque tu mama te decía que era la forma mas práctica de llevarlo y además se minimizaban las chances de perderlo o dejarlo olvidado en algún lugar. Fuiste creciendo, empezaste a escuchar cumbia y el buzo lo hacías bollito y lo dejabas bajo el brazo, modalidad conocida como “cabeza”. Creciste un poco más, te revelaste contra todo, y ya ni siquiera salías con buzo a la calle, te enfermabas seguido, no te importaba. Pasaron los años y el buzo volvió a tu vida, de una manera diferente: lo llevabas con mucho orgullo sobre tus hombros con un nudo a la altura del pecho. El buzo es reemplazado luego por las camperitas con “onda” que la dejas en tu auto o en el de tu amigo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

leu cuando sonaba telefono para la carpa 72 me prendia fuego como extraño eso
Ale Malenky